domingo, 11 de enero de 2015

El gato de los ojos color mar.


El gato de los ojos color mar miraba por la ventana todos los días.
 Durante dos horas, el gato de los ojos color mar se sentaba en el resquicio de la pequeña ventana y observaba a la gente pasar. 
Espiaba, desde lo alto de su torre, a los humanos que pasaban delante de él. Al señor de la gabardina negra y sombrero azul que siempre pasaba a la misma hora y con la misma cara de preocupación; y el gato de los ojos color mar intentaba penetrar en los pensamientos que perturbaban a aquel individuo: “Puede que su esposa lo engañe. Puede que deteste su trabajo o a su jefe. O a lo mejor no le gusta madrugar. Puede que odie su vida”. 
Veía pasar a la portera de su edificio, gritando enfadada porque su marido había vuelto borracho a casa una noche más. Los gatos lo oyen todo y un borracho a media noche no es silencioso. 
Observaba a la quiosquera de la esquina, dentro de su ataúd de metal como ella lo llamaba, leyendo los periódicos y quejándose de la situación del país, indignada porque sus ganancias eran escasas y casi no le daban para vivir. 
Desde su ventana, miraba curioso a los adolescentes pasar en dirección al colegio, ocupados con las miradas fijas en sus móviles; eran zombies pero sin estar muertos. El aburrimiento le inundaba al verlos desfilar en manada, ni una palabra, ni un grito, silencio total. “Puede que estén mudos y utilicen sus móviles para comunicarse entre ellos”, pensaba el gato. 
 A las nueve veía marchar a su dueña a la que no volvería a ver hasta las nueve de la noche. “Esclava del trabajo, pobre infeliz” pensaba el gato.

Tras dos horas de rigurosa contemplación al exterior, el gato de los ojos color mar se retiraba a su cómoda cama, pensando que lo mejor que le había pasado tras morir había sido dejar de ser humano para reencarnarse en gato.





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