miércoles, 18 de abril de 2012

Querido Lewis Carroll: Gracias por no dejarme ser adulta del todo.

Todos en la tarde dorada
  nos deslizamos sin prisa:
nuestros remos son impulsados
  por unos pequeños brazos, con poca habilidad,
mientras estas pequeñas manos tratan en vano
  de guiar nuestro camino.

¡Ah, cruel Trinidad! ¡En dicha hora
  con un tiempo de ensueño,
pedir un cuento, con un aliento tan débil
  que no mueve ni la más leve pluma!
Pero, ¿qué puede una pobre voz decir
  frente a estas tres lenguas juntas?

La imperiosa Prima lanza
  su edicto "Empezadlo".
En un tono más suave, la Secunda pide:
  "Que no tenga sentido".
Mientras, la Tertia interrumpe el cuento
  por lo menos una vez cada minuto.

Luego, cuando se ha hecho el silencio,
  en la imaginación las tres siguen
a la niña soñada que cruza un país
  de maravillas nuevas y silvestres,
hablando amigablemente con pájaros o bestias.
  Y casi creen que es cierto.

 Y cuando ya la historia seca
  los pozos de la imaginación,
y uno cansado se esfuerza
  por aplazar el cuento,
"El resto, la próxima vez", "¡Ya es la próxima vez!",
  gritan las felices voces.

Así nació el cuento del país de las maravillas:
  así despacio, una por una,
se crearon sus raras aventuras.
  Y ahora, el cuento está terminando,
y volvemos a casa, feliz tripulación,
  bajo el sol que se pone.

¡Alicia! toma esta historia de niños
  y con una mano amable
déjala donde se entretejen los sueños de los niños
  con el lazo místico de la Memoria,
como la estropeada guirnalda de flores que hizo un peregrino,
  arrancándolas en una tierra lejana.

 

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