La miraba. No podía dejar
de mirarla.
La mujer más bella del
mundo yacía en el suelo de mi apartamento.
Me acerqué a ella y me
tumbé a su lado, mirándola a los ojos, sus ojos verdes... Ella me
miraba con frialdad. Acaricié su mejilla blanca y fría mientras
veía pasar nuestros mejores momentos.
Recordé aquél día en el
parque cuando sonriendo me dijo que me amaba. Fue el mejor día de mi
vida.
La quiero. La amo. Haría
cualquier cosa por ella...
Me encanta recordar como
me daba los buenos días; taza de café en mano y contoneando su gran
cuerpo por la habitación. Era una chica maravillosa, era la chica de
mis sueños, perfecta para mi. Perfecta en todos los sentidos.
Un ruido en el piso de al
lado me hizo volver a la realidad. Abrí los ojos y la miré, el
golpe en la cabeza fue certero. Un golpe y al suelo... Siempre fue
débil.
Envolví su cuerpo en una
manta y la metí en el maletero del coche. La enterré en mitad del
monte.
O era mía o no era de
nadie.
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