A
veces, aunque no demasiado a menudo, me gustaría ser todavía escritor,
pues todo lo que pasa por la mente de alguien se desvanece como el humo,
mientras que, para un escritor –incluso un escritor pésimo-, se pierden
menos cosas. Si te has divorciado de tu mujer, por ejemplo, y
posteriormente piensas en aquella ocasión, digamos, doce años antes,
cuando casi rompiste con ella por primera vez pero no rompiste porque
decidisteis que os queríais mucho el uno al otro o no ibais a cometer
semejante tontería, o porque los dos tenías sentido común y buena
voluntad, y decides que, puesto que las cosas iban a terminar de aquel
modo, deberías haberte divorciado mucho antes porque ahora crees que
perdiste algo maravilloso e irremplazable y como resultado estás lleno
de una añoranza que no puedes esperar compartir, si fueras escritor,
incluso un escritor de relatos malogrado, tendrías un sitio donde
colocar ese hecho de modo que no tuvieras que pensar en él todo el
tiempo. Te limitarías a escribirlo, subrayarías las frases más horribles
y lamentables, las pondrías en boca de otras personas que no existen (o
mejor aún, en la de un enemigo tuyo levemente disfrazado), las
volverías patéticas y conseguirías librarte de tu fardo para el disfrute
de otros.
Extraído de "El día de la independencia", de Richard Ford.
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